Reseña: Crónicas Marcianas (Ray Bradbury, 1950)



  Reconozco que empecé a leer a Ray Bradbury  (1920-2012) cuando ya estaba en la universidad. Craso error, que espero que no cometan. Ray es un escritor cuyo estilo es perfecto para acompañar las largas tardes muertas de noviembre, o esos fines de semana lánguidos de junio, de los cuales tuve muchos (y aún sigo teniendo a veces) en la vida.


He vuelto a ver hace poco tiempo Viaje a la Luna, de Géorges Méliès (1904), la primera película de ciencia ficción de la historia del cine (Véala ud. también si quiere en este enlace, recomendable 100% sin sonido, porque el sonido que le pusieron es horripilante). En la escena final de dicha obra, los científicos a su regreso de vuelta a la Tierra, son condecorados por la Academia de Ciencias y aclamados por la multitud como héroes, mientras que el aborígen lunar que queda atrapado en el viaje de regreso se muestra atado a una soga, sometido, bailando y haciendo reír a las masas. Tras él puede verse un enorme monumento a la Ciencia, que aplasta con su pie a la luna, herida con la famosa bala de cañón en su ojo derecho. Menciono esta película porque ésta es una perfecta alegoría de esa verdad escondida bajo la piel humana: que, desde que contactamos a otras civilizaciones, estamos destinados por un ánimo casi parecido al instinto a someterlas y humillarlas.

Hago esta referencia porque ha sido un maravilloso complemento a esta obra maestra de la literatura del siglo XX. Crónicas Marcianas es un conjunto de narraciones donde hay historias sobre los primeros exploradores terrestres del espacio, hombres que nos recuerdan a Balboa, Pizarro y Valdivia, exploradores que hacen sentir su dominio y, finamente, desaparecen ahogados por el peso de sus destinos. Pero no sólo hay historias de conquista: hay historias también que llevan envuelta la sucesión de muchos fracasos individuales que, sin embargo, dejan en el corazón de quienes las leen, una pequeña esperanza en la humanidad. Hay también historias de hombres y mujeres que huyen de la inescrutable naturaleza de las masas humanas, terribles entes depredadores de la sencillez de la igualdad y sus pequeños detalles, buscando para ello refugio en las suaves y resecas colinas de Tyrr, que es como los marcianos llaman a su mundo. Las pequeñas y grandes luchas de los personajes que se suceden en cada relato nos muestran, además, la cotidianeidad de Marte, colonizada tras la casi completa extinción de sus habitantes originarios, en un hermoso y terrorífico paralelo de la invasión y conquista del continente americano.

Me gusta la estructura de las historias, hermosamente diseñadas para hacer -al contrario de los relatos de ciencia-ficción actuales- que lo importante no sea la maquinaria ni la tecnología que lleva a los humanos a cruzar la barrera del espacio (tengamos en cuenta que el libro fue publicado en 1950, es decir, siete años antes del lanzamiento del primer satélite artificial de la historia y 29 años antes del primer alunizaje), sino las personas que las protagonizan, lo que hace de éste un relato único en su género. Sus historias son embriagadoras, donde vemos paso a paso la crónica de una muerte anunciada, para ambas civilizaciones. 

En los primeros relatos vemos que los marcianos son, ciertamente, seres extraños y potencialmente peligrosos para nosotros. Nos dolemos de los fracasos que una y otra vez sufren las primeras expediciones terrestres, las cuales perecen de los modos más increíbles e interesantes, recordándonos la fragilidad del ser humano fuera de su entorno. Los marcianos, con sus capacidades telepáticas y su soberbia de creerse la única raza inteligente del sistema solar, hacen de su mente un arma de doble filo, que si bien protege y defiende exitosamente, también ignora y deja pasar la oportunidad de tomar en serio a los humanos, error que les traerá terribles consecuencias.

Mientras siga brillando la Luna es, a mi juicio personal, el relato más hermoso, terrible y sincero del libro. No solamente marca un punto de inflexión en la trama, al anunciar la derrota final de los marcianos, sino también porque muestra más que ningún otro relato esa dualidad presente en la humanidad que, con una mano preserva y respeta, mientras que con la otra destruye y ridiculiza. El conflicto que se desarrolla aquí es aún actual y vigente en muchos ámbitos, y es una invitación permanente a respetar a nuestros adversarios, antes de negar su aporte. Muestra, además que la genialidad de Ray Bradbury está no sólo en hacer relatos graciosos, graves y sorprendentes al mismo tiempo, sino que además, es capaz de poner un poema de Lord Byron en las planicies marcianas, uniendo ambos elementos de tal manera que ya no se puede dejar de pesar en uno sin recordar al otro.

La colonización humana, una vez desaparecidos los marcianos, es ahora un espejo en que el ser humano se ve (y se encuentra) a sí mismo. La trama cambia de color y ahora deja de centrarse en el choque de civilizaciones para hablarnos de las tareas pendientes de la humanidad a través de sus historias: las deudas que tenemos aún sobre el racismo (Un camino a través del aire), la uniformidad de pensamiento (Usher II), la codicia (Fuera de temporada) y, de un modo trágico y desolador, la guerra (Los observadores) y la soledad (Los pueblos silenciosos y, por mucho, Los largos años, historia que parece ser la hora más oscura antes del amanecer). En cada diálogo de Benjamin Driscoll, Tomás Gómez, Samuel Teece, William Stendhal, La Farge, Sam Parkhill, Walter Gripp, Hathaway y el Capitán Wilder (entre otros) vemos un trozo de la naturaleza humana, sobreviviendo en el espacio. Los invito a descubrir sus historias, sus miradas y por qué actúan como actúan. Verán entonces que todos llevamos en nuestra personalidad parte de ellos, lo que hace aún más atractivo el libro.


Finalmente, El picnic de un millón de años es la historia con la que concluyen el ciclo y las Crónicas; una de esas historias que nos hacen amar el libro, porque sientes que todas las calamidades, las penurias, las risas, las sorpresas y las reflexiones valieron la pena. Finalmente, y después de 27 años transcurridos en el papel, los marcianos han sobrevivido al animal que trató de hacer de su planeta un depósito de bombas nucleares. Creo que, después de eso, es imposible no cerrar el libro con una sonrisa en los labios. Y quiero pensar que, como cierra el texto: “Los marcianos les devolvieron una larga, larga mirada, silenciosa, desde el agua ondulada”.  

Creo que la conclusión de Crónicas Marcianas es que la humanidad lleva en sí misma la semilla de su autodestrucción, y que antes de ir a colonizar los mundos del espacio, deberíamos empezar por la más dura de las conquistas, que es la de nuestros propios instintos. Los marcianos tenían perfectamente claro esto, y vivían felices. Le hago la invitación a tomar este extraordinario libro y descubrir cuál fue su secreto, que terminaron llevándose a sus sarcófagos, bajo las grandes ciudades antiguas a las orillas de los mares de arena de Tyrr.

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